miércoles, 2 de marzo de 2011

Igualdad y Diferencia...


Por Blanca Castilla y Cortázar, Doctora en Filosofía y Teología de la Universidad Complutense y Máster en Antropología, miembro de la Real Academia de Doctores. Catedrática de la Universidad de Navarra

En realidad somos iguales y diferentes simultáneamente y en lo mismo. Somos iguales por ser personas; por participar de la misma naturaleza; ambos tenemos cuerpo y espíritu. Y a la vez somos diferentes en cuanto al cuerpo, a la psicología y al modo de ver las cosas.
           
Sin embargo, somos más iguales que distintos, pues la diferencia se calcula únicamente en un 3%. Esto lo afirman los genetistas que evidencian que todas las células de nuestro cuerpo son sexuadas. Hasta las de los dedos de las manos son o XX o XY. Seguramente la endocrinología aumente ese %, porque la diversa combinación de hormonas condiciona bastante la biología y la psicología. Pues bien, ese pequeño % presente en todas las células, lo está igualmente en todos los ámbitos de nuestra personalidad.

Esa pequeña diferencia nos hace complementarios; allí donde juegan masculinidad y feminidad mana fecundidad, no sólo en el aspecto biológico, también en el cultural, en el artístico, en el político y en el social. Sin embargo, se trata de plantear nuevas hipótesis porque la complementariedad se ha entendido mal. Durante siglos, y aún hoy en día la imagen intelectual de la complementariedad es la del andrógino platónico: un ser dividido en dos mitades, y que se completan en uno aportando cada cual la mitad. (El andrógino sigue actuando en el imaginario).


 


Sin embargo, el caso del ser humano no es el del andrógino: la unidualidad humana está compuesta por dos seres humanos que se hacen uno. No es que originariamente uno se parta en dos, sino al revés, dos que se hacen uno. Pero no deja de haber complementariedad, biológica, psicológica y ontológica. Esta es una parte de la antropología que está sin desarrollar a la que yo he venido a denominar pomposamente Antropología Diferencial. Porque -como afirma Janne Haaland Matláry- el «eslabón perdido» del feminismo es «una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres».

Por otra parte está el grave problema de la subordinación de la mujer, todavía existente en la práctica en diferentes aspectos y justificada en alguna cultura, como la musulmana. En este aspecto se centra todo el ámbito académico, que ha forjado hasta términos específicos, como «el patriarcado», cultura en que domina en androcentrismo. Y los/as distintas intelectuales forjan sus términos para combatirlo. Así Amelia Valcárcel emplea el término «equipotencia» o el de «equivalencia» de Börresen, para poner de manifiesto que varón y mujer son de la misma categoría también en su distinción. Otro término importante es el de «modalización».

Pero a mi modo de ver los términos por excelencia son: ««reciprocidad» y «complementariedad».



Errores que ha habido con respecto a la complementariedad además del andrógino:

1. Se ha considerado que el varón era superior a la mujer; ésta no parecía tener valor por sí misma, era el complemento del varón y su única misión era servirle. A esto le hace una crítica soberana Simone de Beauvoir.


2. Otras veces se ha entendido como una distribución de virtudes y cualidades. Se hablaba de virtudes femeninas y masculinas. Propio del varón es la fortaleza, de la mujer la ternura (aunque luego vienen los psiquiatras y dicen que ternura, ternura, la del varón, que puede pasar sin ella hasta los 35 pero a partir de entonces si no la desarrolla, personalidades deformes).


3. Por último se decía que la complementariedad estaba en un reparto de roles sociales. Esto teñido de una característica: los trabajos desarrollados por las mujeres eran considerados como subalternos y de simple apoyatura a los masculinos. Durante siglos se ha repartido el mundo pensando que la esfera privada pertenecía a las mujeres y la pública a los varones. Pues bien, si se unen todos estos argumentos la mezcla es explosiva: la mujer, inferior al varón, representaba la pasividad frente a la actividad masculina, era sentimental e indefensa frente a la racionalidad y la valentía del varón. (Aciprensa)